Así somos
Apenas River se consagró campeón de la Copa
Libertadores, los medios comenzaron a palpitar, seis meses antes, un duelo
contra el Barcelona que todavía no era seguro, ambos debían disputar un partido
previo para finalmente llegar a la final del Mundial de Clubes.
Cuando algún precavido advertía sobre el duelo
de semifinales que River debía superar, enseguida surgían los ‘expertos’
menospreciando aquel encuentro, hasta que finalmente el tiempo dio su veredicto.
Por mal rendimiento del equipo argentino, o por un gran trabajo del conjunto
oriental, River debió sufrir demasiado para meterse en la final del torneo.
El pasado jueves, con los dos ya clasificados a
la final, comenzó a analizarse con más sentido el duelo entre el campeón de
Europa y el de América. Alineaciones, planteos, tácticas y hasta -increíblemente-
debilidades del Barcelona fueron foco de debate en diarios, radio, televisión,
y obviamente cualquier charla futbolera de nuestro país.
El día llegó, River salió a la cancha con un
planteo que comenzó bien, incomodando al rival y su funcionamiento casi
perfecto. El primer objetivo se estaba cumpliendo casi a la perfección,
llevando al Barça a un terreno menos favorable, aunque claramente, por
jerarquía, el gol podía caer en cualquier momento. La otra parte del trabajo,
la de generar peligro en el arco rival, no estaba tan clara, el equipo
argentino disponía de los contraataques pero no prosperaban.
Todo iba bien dentro de las posibilidades hasta
que a los 36 minutos, Lionel Messi inició una jugada que él mismo terminó
convirtiendo el primer gol de su equipo. El duelo estaba 1 a 0, y a partir de
allí, el partido fue otro. Con el correr de los años se recordará el 3 a 0 del
Barcelona, y no el desarrollo del partido, pero hay que reconocer que la
primera parte de River fue para valorar, y la segunda similar a la de cualquier
equipo de la liga española que domingo a domingo enfrenta al Barça.
Tras el final del partido y la con la copa en
manos de Andrés Iniesta, la alineación, el planteo, y la táctica ideadas por
Marcelo Gallardo otra vez fueron tema de debate, miles de hinchas decepcionados
desde Argentina hasta Japón por no poder vencer a un invencible, y otra vez
innumerables elogios para un equipo español que desde el 2008 para acá, con
Guardiola o Luis Enrique, y pese a algún bache en el medio, se ha convertido en
el mejor equipo de todos los tiempos.
Pese a que somos futboleros, y que amamos
hablar de fútbol, lo más relevante de esta final para nuestro país no ocurrió
dentro del campo de juego, sino en el aeropuerto de Tokio cuando el Barcelona
partía rumbo a España. Lionel Messi, el capitán del seleccionado argentino, fue
agredido por un par de hinchas de River que allí se encontraban. Sí, Messi, ese
que tras marcar el primer gol de su equipo, pidió disculpas a los hinchas del
equipo argentino que se encontraban en el estadio como si hubiera hecho algo
indebido.
Seguramente ese par de hinchas aislados no
representa ni un poco a los 20 mil que estuvieron en tierras niponas alentando
a River, así como tampoco representan a los hinchas de Estudiantes, esos
estúpidos que en 2009 adornaron el centro de La Plata con pintadas en contra
del rosarino tras el decisivo gol de Messi al Pincha en tiempo suplementario.
Hoy lo más fácil es decir que es normal en los hinchas de nuestro país, que lo
vivimos a diario en las canchas del fútbol argentino, como si eso fuera
suficiente para justificar un acto tan despreciable como escupir a otra
persona, incluso dejando de lado que es Messi, y que es argentino.
Pero hay otro lado aún más preocupante en esta
situación, y es el rol de los medios. Allá por julio de este año, el día
posterior a la caída de Argentina en la final de la Copa América, un señor con
un rol tan protagónico para el fútbol argentino como lo es ser el director del
único diario deportivo del país, redactó la editorial del medio pura y
exclusivamente defenestrando a Lionel Messi, frases como “el mejor jugador del
mundo no nos representa en los momentos importantes” y que el mejor del mundo
“deambula por la cancha”, se pueden leer a lo largo del texto en cuestión.
Dejando de lado que este personaje no puede
hablar de lo que representa o no a la sociedad argentina, o si tiene o no
razones para justificar sus dichos, está claro que lo único que logra con
palabras como esas es sembrar rechazo para con el jugador argentino que, a mi
entender, más y mejor nos representa.
Fue Lionel Messi quien decidió esperar un
llamado de Argentina cuando tuvo la oportunidad de jugar para España, el país
que lo adoptó y le dio todo cuando aquí le dieron la espalda. Fue él quien
recurrió al Tribunal de Arbitraje del Deporte (TAS) luego de que los dirigentes
del Barcelona quisieron negarle la posibilidad de representar a Argentina en
los Juegos Olímpicos de 2008, en los que no sólo terminó participando, sino que
además obtuvo la medalla de oro.
Es Messi el único argentino radicado en España
hace más de 16 años, que no ha cambiado ni un poco ese tono más nuestro que el
dulce de leche, que el tango e incluso que la misma selección para la que
juega.
No hay nadie en el planeta, en cualquier
actividad, que represente al país como lo hace él. Banderas argentinas decoran
las tribunas de cualquier estadio en el que juegue, camisetas celestes y
blancas con el 10 en la espalda son uniformes habituales en habitantes de los
países más lejanos, personas que no podrían ubicar a argentina en un
planisferio.
En el mundo, decir Messi es decir Argentina y
viceversa. Pero cómo vamos a pedir a los argentinos que piensen así, si desde
muchos medios se cuenta otra verdad. Si desde la televisión, la radio o incluso
los diarios, se intenta convencer de otra cosa. Como ese señor que coloca en la
tapa de su diario a Messi cuando destroza cualquier récord que exista, pero lo
ataca cuando Argentina pierde por penales una final que no se gana desde 1993,
probablemente por culpa del 10. También esos que al nombrarles Messi, responden
Maradona, como si hubiera que elegir entre uno de los dos, y no disfrutar de
tener la suerte de ser contemporáneo de ambos.
Los actos de esta gente no hacen más que
destruir la poca seriedad que mostramos, esa estupidez de algunos arruina la
imagen de todos. El mundo hoy habla de lo que un argentino le hizo a otro, lo
que el capitán de la selección debió soportar de otro argentino, indignado
porque Messi le marcó un gol en la final del Mundial de Clubes. Es incoherente
por donde se lo mire, como también lo es que Messi deba levantar su mano de
cara a la tribuna de River disculpándose por haber hecho su trabajo.
Seguramente esta gente insulta al mecánico de la esquina cada vez que arregla
un auto, o al panadero del barrio cuando vende media docena de sacramentos.
Otro que fue foco de críticas e insultos por
parte de los hinchas de River fue Javier Mascherano, quien tampoco la pasó bien
en el aeropuerto de Tokio. Lo más probable es que esos hinchas no recuerden
cuando a Masche lo expulsaron en el Monumental, jugando para el Corinthians
brasileño. ¿Cómo deberían haber reaccionado los hinchas del club paulista
aquella noche si fueran como ellos? Seguramente esperaban que otra vez se fuera
expulsado, y así demostraría su amor por el club que lo educó, lo crió y lo
formó como el futbolista ejemplar que es hoy.
La frase que dice que el fútbol es un reflejo de
la sociedad está más trillada que cualquier otra en Argentina, y a mi entender
está muy lejos de la realidad. Creo que la sociedad futbolera es un reflejo del
propio fútbol que sigue y admira. A quienes nos gusta el fútbol, admiramos una
determinada idea de juego con la que nos sentimos identificados, y en base a
esa idea, a ese equipo o a esos planteos de tal o cual entrenador, basamos
nuestro concepto de lo que significa el fútbol en nuestras vidas. Es lo que nos
lleva a poder admirar el juego del rival dejando de lado los colores que
defiende, o como en este caso, pretendiendo que un tipo al que tu club le dio
la espalda la patee afuera en una final del mundo. Así somos. Así estamos.
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