#NoTeVayasLio


Estoy cansado, harto de hablar siempre de una derrota. Hace ya dos años y tres finales que escribo con un dolor en el pecho tan espantoso que no se compara con ningún otro. Pensaba que lo ocurrido en julio de 2014 en Brasil era suficiente. Un año después creí que la final con Chile era lo máximo que podría soportar. Pero me equivoqué.
Como siempre, las ganas de expresarme llegan más tarde, al igual que mi posibilidad de describir lo que siento. Desde el final del partido y por muchas horas es como si el dolor borrara todas las palabras de mi mente excepto dos: ¿Por qué? Y es el tiempo el que me da las herramientas para desahogarme, son las horas las que me devuelven la capacidad de analizar y expresar lo que realmente siento.
El dolor por otra final perdida es enorme, posiblemente mayor a lo que sentí tras las otras dos, o incluso peor por la acumulación de frustraciones que, a mi entender, no tiene explicación alguna. Pero ya más calmo, y con todo el vocabulario a mi disposición, es cuando aparece una pregunta más clara y concisa: ¿Por qué a Messi?
Probablemente Lionel Messi sea la persona que más feliz me ha hecho en mi vida, y créanme que no exagero. Algunos dirán que mis padres, mis hermanos o amigos deberían encabezar ese listado. Pero es distinto. Lo que me ha hecho sentir este muchacho no lo ha logrado nadie jamás. Ver alguien que logra la perfección en un juego que tanto amo genera en mí un éxtasis imposible de entender por los que no lo han sentido. Pero volviendo a ese interrogante que me golpea segundo a segundo, no encuentro argumento alguno para explicar la negación de éxitos del mejor futbolista del mundo con la camiseta que más anheló vestir.
En junio de 2015 muchos periodistas e hinchas se encargaron de destruir al ‘10’, futbolísticamente y también como persona. Pero obviamente, cuando el Barcelona se volvió a consagrar, muchos de los éstos volvieron a halagarlo y compararlo con el propio Dios.
Hoy, tras el anuncio de Messi de que la Selección “se terminó” para él, en los medios no hubo críticas sino elogios, y los reproches tuvieron como objetivo a los 22 mortales que lo acompañaron en Estados Unidos. Campañas, hashtags, e incluso movilizaciones son impulsadas por los mismos tipos que aún se pueden leer en archivos, tan solo 12 meses atrás, defenestrar al argentino más argentino, al que nos representa por elección propia más allá del lugar que indica su partida de nacimiento.
Pero claro, si él se va de la Selección, quien será la tapa del diario tras cada victoria de Argentina que venderá miles de ejemplares, en una época en la que lamentablemente el diario en papel está más cerca de los museos que de los kioscos. O incluso, yendo a algo más concreto en un país que analiza todo a partir de los resultados, con su renuncia ¿serán triunfos esos partidos?
Messi es, sin dudas, un argentino distinto, sin engreirías ni la soberbia que nos caracteriza como sociedad. Y seguramente sea este uno de los motivos que lo aleja de sus detractores. “No tiene personalidad”, dirá el capitán de los arrogantes, sin saber (o sin recordar) el sacrificio que hacía Lionel cuando con diez años se inyectaba hormonas el sólo para poder cumplir su sueño de jugar para Argentina. Claro, si tuviera personalidad quizás se fabricaba él mismo las hormonas, las horneaba y las comía acompañadas de un buen vino.
Las críticas nuevamente parten de aquellos que creen que con su sabiduría podrían haber logrado que Argentina se quedara con la copa, e incluso suponen tener la fórmula para sacar adelante al país. Esos son los que no merecen a Messi, y los que podrían privar al resto de verlo defender nuestra bandera. Ellos son los que lo están obligando a guardar la ‘10’ celeste y blanca en un cajón de su casa para no volver a vestirla. En ese caso habrá que ver qué pasa con la selección, que seguramente estará mejor sin él, que no gambeteó a seis ingleses en 10 segundos ni tampoco insultó a quienes silbaron su himno alguna vez. Porque él no es Diego Armando Maradona. Afortunadamente es Lionel Messi y nos representa tan bien dentro del campo de juego y mucho mejor fuera de él. No necesito de un trofeo para valorar su fútbol, me basta con verlo tocar la pelota para que me aparezca en la panza un cosquilleo imposible de describir.
Por mi parte, contrariamente a mi condición de ‘messista’ extremo, pido que abandone la Selección desde aquel segundo puesto en el Mundial de Brasil. Simplemente considero que no lo merecemos. Logramos que esté siempre buscando un perdón de un país que no tiene nada que perdonarle.
Sin embargo, por estas horas, las imágenes viralizadas de tantos chicos llorando por su anuncio me hacen cambiar mi postura. Niños a los que se les parte el corazón con tan sólo 9 o 10 años, los mismos que tenía él cuando se clavaba las agujas en sus piernas para cumplir su sueño de vestir la celeste y blanca. Pequeños que se desarman al ver cómo su superhéroe deja la capa a un lado para no volver a encantarlos con sus aventuras. Mal que me pese, no puedo apoyarte en ésta Leo. #NoTeVayasLio #NoTeVayasMessi

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