Periodistas atrapados en las redes
El
periodismo deportivo tiene tantos años como el deporte mismo tanto en nuestro
país como en gran parte del mundo. El interés público que tuvo el deporte desde
sus comienzos en la sociedad Argentina del siglo XIX, llevó a los principales
medios de aquel entonces a informar sobre los acontecimientos más relevantes.
El 20 de
junio de 1867 se disputó el primer partido de fútbol en Argentina del que se
tienen registros, en una zona cercana a donde actualmente se ubica el
Planetario, en el barrio porteño de Palermo. En él se enfrentaron el equipo blanco
y el colorado, bajo la organización del Buenos Aires Football Club, fundado
días atrás por los hermanos Thomas y James Hogg que ese día salieron victoriosos
con el equipo blanco por un contundente 4 a 0.
En la
crónica publicada por el periódico The
Standard, escrito por y para la comunidad inglesa que habitaba nuestro país
por ese entonces se pueden leer detalles del encuentro como las formaciones de ambos
equipos con sólo ocho jugadores por lado -ya que según el propio medio no lograron
conseguir más-, la hora de inicio y de finalización del encuentro, el
resultado, más algunos detalles referidos al juego propiamente dicho.
En la última
década el juego no ha cambiado demasiado más allá de cuestiones estéticas, individualidades y algunos equipos que rompieron el molde
con su fútbol. Pero sin embargo, el crecimiento de las tecnologías y los
avances en la comunicación han variado completamente la labor de los
periodistas deportivos, así como también del periodismo en general.
Las redes
sociales se han convertido en una gran herramienta para los comunicadores, e
incluso son actualmente uno de los principales medios de comunicación para el
mundo, en perjuicio de los formatos clásicos. Es cada vez más común informarse
por Twitter, Facebook y otros fenómenos similares, debido a su instantaneidad,
en una sociedad que busca cada vez más, en menor cantidad de tiempo.
Pero como
toda herramienta, un mal uso de las redes sociales, así como también de los
medios convencionales, puede ser contraproducente a la hora de comunicar, y son
tantos los casos de desinformación que han surgido desde las redes que se han
vuelto un arma de doble filo para quienes las utilizan como principal fuente de
información.
En esta era
moderna de la comunicación, todos juegan a ser periodistas, todos buscan ser
leídos, por eso cualquiera que accede a un dato que brindó alguien con un
seudónimo extraño, lo repite o incluso lo deforma, en la búsqueda de una
popularidad virtual que no aporta amistades, ni amores, ni regalos de
cumpleaños.
Una parte
del problema es profesional, ya que el periodismo está obligado a informar lo
que acontece, sin alterar ni deformar nada. Fuentes de información poco
confiables –o a veces inexistentes- no pueden ser la fundamentación de un
mensaje que es arrojado como una piedra al lago para luego esconder la mano
tras la espalda. La otra parte de todo esto son los receptores de ese mensaje,
que toman la piedra y la vuelven a arrojar aún más lejos, y así repetidamente
hasta que el mensaje se ha vuelto tan viral que nadie sabe cómo comenzó.
Tiempo
después, algunos pocos se enteran que aquel mensaje no era real, sin embargo ha
llegado a tanta gente que es imposible revertir el daño. Existen quienes
intentan corregirlo, pero ya es tan grande que no tiene retorno. Esta segunda
piedra, que intenta recorrer el mismo camino pero a la inversa, sólo es arrojada por unos pocos,
el resto esconde las manos, aunque ahora para no poder recogerla.
Es nuestro
deber como periodistas profesionales acabar con tantos rumores y verdades que
no son tales. Disparar desde las redes sin fuentes ni datos precisos no puede ser
la base de nuestro oficio. Ser periodistas no implica tener cientos de miles
de seguidores, sino ser confiable.
La gente quiere circo, y eso es lo que arroja
por la borda la confiabilidad. “Grandes” periodistas que cuentan con la
posibilidad de acceder a los principales micrófonos del país por su capacidad (o
algo así), tiran por la borda su reputación y aun así la gente los elige, porque
lo que importa es el ruido de la información. Cuanto más ruido hace la piedra
al caer, mayor será la ola.
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