Messi, el argentino

Pasan segundos, pasan minutos, horas, e incluso días. Pasan partidos, Liga, Copa, Champions y algún que otro amistoso de la selección. En todo está él, y también todos están sobre él.
Su fútbol ha sido siempre el mismo, sus goles están presentes en cuanto resumen semanal aparezca. Sus gambetas son exprimidas como una naranja en los compilados de cualquier youtuber. Genera admiración hasta en el lugar más lejano del planeta.
Pero, tal vez por falta de carisma, quizás por no titular jamás una revista, o simplemente porque somos así, aquí se discuten todas sus hazañas con ese pequeño trozo de cuero. Genera rechazo en muchos argentinos. Cada vez son menos, pero se siguen haciendo escuchar.
“En España no juega contra nadie”, grita un señor de unos 70 años en la puerta de un café de Almagro del que se retiró para fumar un cigarro. Disculpe señor, no sabía que Sergio Ramos, Marcelo, Xabi Alonso, o el mismísimo Iker Casillas no eran nadie. O Fabio Cannavaro, Balón de Oro en 2006, que dejó sus caderas contra un poste del Camp Nou intentando evitar lo inevitable. Incluso Cristiano Ronaldo, ese goleador feroz, también ha quedado en ridículo arrodillado ante él. Pero para no caerle sólo al Real Madrid, no sé si este señor sabrá quién es Arda Turan, el talentoso volante turco del Atlético de Simeone que tampoco puede pararlo. O Gabi, capitán del equipo del Cholo que también quedó en evidencia con un túnel de quien “no juega contra nadie”.
“Lo quiero ver jugando en el fútbol argentino, acá cuando quiera gambetear lo parten”, expresa un filósofo de cantina, en un pequeño club de Flores. El señor filósofo seguramente entiende que si el Cata Díaz lo agarra a Messi le rompe una rodilla sin obtener reprimenda alguna por parte del árbitro. Aunque para ello debería agarrarlo señor. O que el Mellizo Funes Mori, por estos días el Beckembauer argentino, no solo le sacaría el balón sino que se lo llevaría con su pie zurdo mostrando un corazón con sus manos como una especie de Gareth Bale del inframundo.
En el bar de una cancha de fútbol 5 de Palermo, un joven de edad muy similar a nuestro protagonista pero con algo de temor a la balanza, le avisa a sus compañeros de mesa: “En los partidos importantes no aparece”. Este muchacho, futbolista aficionado del que aún se desconoce si es zurdo o derecho, no debe tener cable, internet, y tampoco debe leer los diarios. No sabe aún, en esta era tan globalizada, que el invisible de los partidos importantes ha jugado 26 finales, con 21 títulos en juego de los cuales ha obtenido 15. A los rivales tal vez no los conozca este señor rellenito. Real Madrid en un par de ocasiones, Atlético de Madrid otras tantas, o el Manchester United a quién le ganó dos finales de Champions League, un trofeo que seguramente usted tiene en la vitrina de la casa de su madre.
“En el Barcelona gana cualquiera, acá con la selección no ganó nada”, susurra con desilusión un treintañero mientras observa sus goles en la última jornada de la Liga de España. Óigame amigo, dos cosas. Primero, allá no gana cualquiera, nuestro hombrecito no gana por estar en el Barcelona, el Barcelona gana porque él está ahí. En segundo lugar, el último título de Argentina fue en el ’93, y mire que han pasado jugadores en estos 22 años. Roberto Ayala, Juan Pablo Sorín, Javier Zanetti, Ariel Ortega, Juan Sebastián Verón, Juan Román Riquelme, Hernán Crespo, Javier Mascherano, o el mismísimo Carlos Tévez, reconocido como el jugador del pueblo, no han ganado nada con la albiceleste. Seguramente ninguno de ellos siente la camiseta de Argentina.
“Miralo, camina la cancha, el Diego corría hasta con el tobillo así”, exclama con bronca un tipo de unas seis décadas sobre el lomo, mientras forma una especie de bola con sus manos. Señor, ya está grande, ¿qué necesidad tiene usted de alterarse por una estupidez semejante? ¿Por qué comparar a uno con otro? ¿Acaso usted come un asado y señala que los ñoquis del mediodía estaban más ricos? Parece que los argentinos tenemos la necesidad de comparar todo, o peor aún, de separar opuestos que no son tal. ¿Por qué no se puede escuchar Juguetes Perdidos de Patricio Rey, y a continuación hacer retumbar las ventanas con La Danza de los Mirlos de Pablito Lescano y sus Damas Gratis? Así somos, así estamos.
Enumerando críticas podría seguir por horas. Hace apenas un par de años, muchos reproches se fueron apagando. Pero sin embargo aún hay testarudos -por no utilizar otra palabra que también finaliza en “udos”- que insisten en criticar en lugar de disfrutar. Ya lo extrañarán.
Hoy, han pasado casi diez meses desde aquella decepción en Río de Janeiro. La ilusión de muchos desvanecida por el pie de un pequeño alemán al que odio con toda mi alma. Hoy, mi amigo le anotó dos goles al Bayern Munich en Catalunya, ha dejado en ridículo a Jerome Boateng y ha batido en dos ocasiones a un gigante al que todos (y en esta sí que me incluyo) insultamos el 13 de julio de 2014 cuando casi le rompió la mandíbula a Higuaín (que tampoco ganó nada).

Tras su doblete y la asistencia a Neymar, nuevamente se oyó por ahí: “Claro, ahora se los hace a los goles, en la final del Mundial la tiraba afuera”. Y sí, sabe por qué la tiraba afuera, porque él siempre quiso ser español, odia nuestro país, odia su Rosario natal, me odia a mí y lo odia a usted. Es por eso que decidió ser el mejor jugador del mundo, llenar de goles todas las redes del planeta, hacer jugar a un equipo como jamás se vio en la historia, y gambetear a cuanto español, italiano, griego o marciano se le pare adelante, para luego jugar para Argentina y cagarnos la vida a todos. Pero quiere que le diga una cosa señor, estoy orgulloso de que este muchacho me siga cagando la vida, y ojalá algún día usted se sienta orgulloso también.

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